EL SECRETO INICIÁTICO
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Juramento
del neófito sobre la Biblia, la escuadra y el compás, año 1750
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El secreto iniciático es tal porque consiste exclusivamente en lo «inexpresable»,
lo cual, por consiguiente, es también necesariamente lo
«incomunicable»; y así, si las organizaciones iniciáticas son
“secretas”, este carácter no tiene aquí nada artificial y no resulta
de ninguna decisión más o menos arbitraria por parte de nadie. Así
pues, este punto es particularmente importante para distinguir bien,
por una parte, las organizaciones iniciáticas de las organizaciones
secretas.
La primera de
estas consecuencias es que, mientras que todo secreto de orden
exterior puede ser siempre traicionado, el secreto iniciático no puede
serlo nunca de ninguna manera, puesto que, en sí mismo y en cierto
modo por definición, es inaccesible e inaprehensible a los profanos y
no podría ser penetrado por ellos. En efecto, este secreto es de
naturaleza tal que las palabras no pueden expresarle; es por eso por
lo que la enseñanza iniciática no puede hacer uso más que de ritos y
de símbolos, que sugieren más bien que expresan, en el sentido
ordinario de esta palabra. Hablando propiamente, lo que se transmite
por la iniciación no es el secreto mismo, puesto que es incomunicable,
sino la influencia espiritual que tiene a los ritos como vehículo, y
que hace posible el trabajo interior por cuyo medio, tomando los
símbolos como base y como soporte, cada uno alcanzará ese secreto y le
penetrará más o menos completamente, más o menos profundamente, según
la medida de sus propias posibilidades de comprehensión y de
realización.
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Juramento
del neófito sobre la Biblia y el compás según rito el
francés moderno, siglo XIX |
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Invocar razones de
«prudencia» en el sentido de que, con esto, esa organización se
defiende, contra «indiscreciones» tampoco es la primera razón de ello,
puesto que ésta no es otra que la perfecta inutilidad de admitir a
individualidades para los que la iniciación nunca sería más que «letra
muerta», es decir, un formalidad vacía y sin ningún efecto real,
porque son en cierto modo impermeables a la influencia espiritual. En
cuanto a la «prudencia» frente al mundo exterior, así como se entiende
más frecuentemente, no puede ser más que una consideración
completamente accesoria, aunque sea ciertamente legítima en presencia
de un medio más o menos conscientemente hostil, puesto que la incomprehensión profana raramente se detiene en una
suerte de indiferencia y se cambia con mucha facilidad en un odio que
aunque no tiene nada de ilusorio; no obstante, no podría alcanzar a la
organización iniciática misma, que, como tal, es verdaderamente «inaprehensible».
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Gárgola de
la Catedral de San Pedro de Poitiers, Francia |
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Puede ocurrir
que, además de este secreto que es el único esencial, una organización iniciática posea también secundariamente otros secretos de un orden
más o menos exterior y contingente. Los secretos a los que hacemos
alusión aquí son aquellos que conciernen a las ciencias y a las artes
tradicionales; y puesto que estas ciencias y estas artes no pueden ser
comprendidas verdaderamente fuera de la iniciación donde tienen su
principio, su «vulgarización» no podría tener más que inconvenientes,
ya que acarrearía inevitablemente una deformación o incluso una
desnaturalización.
En esta misma
categoría de secretos accesorios y no esenciales, se debe colocar el
que recae, ya sea sobre el conjunto de los ritos y de los símbolos en
uso en una tal organización, o ya sea, más particularmente todavía, y
también de una manera más estricta, sobre algunas palabras y algunos
signos empleados por ella como «medios de reconocimiento», para
permitir a sus miembros distinguirse de los profanos. No hay que decir
que todo secreto de esta naturaleza no tiene más que un valor
convencional y completamente relativo, y que, por eso mismo de que
concierne a formas exteriores, siempre puede ser descubierto o
traicionado, lo que, por lo demás, correrá el riesgo de producirse
tanto más fácilmente cuanto menos rigurosamente «cerrada» sea la
organización. Así pues, se debe insistir en que no solo este secreto
no puede ser confundido de ninguna manera con el verdadero secreto iniciático, salvo por aquellos que no tienen la menor idea de la
naturaleza de éste, sino que ni siquiera tiene nada de esencial, de
suerte que su presencia o su ausencia no podría ser invocada para
definir a una organización como poseedora de un carácter iniciático o
como desprovista de él.
La existencia
de un tal secreto exterior y secundario en las organizaciones iniciáticas más extendidas se justifica también por otras razones;
algunos le atribuyen sobre todo un papel «pedagógico» o, en otros
términos, una «disciplina del secreto» constituiría una suerte de
«entrenamiento» o de ejercicio que forma parte de los métodos propios
de esas organizaciones; y se podría ver en ello como una forma
atenuada y restringida de la «disciplina del silencio» que estaba en
uso en algunas escuelas esotéricas antiguas como la en los
pitagóricos. Disciplina secreti o disciplina arcani se
decía también en la iglesia cristiana de los primeros siglos, lo que
parecen olvidar algunos enemigos del «secreto»; pero es menester
destacar que, en latín, la palabra disciplina tiene lo más
frecuentemente el sentido de «enseñanza» que además, es su sentido
etimológico.
Para las organizaciones iniciáticas,
la existencia de un secreto de este tipo no tiene nada de necesario; e
incluso tiene una importancia tanto menor cuanto más puro y elevado es
el carácter de éstas, porque entonces están tanto más desprovistas de
todas las formas exteriores y de todo lo que no es verdaderamente
esencial.
Por otra parte, todos
los que están afectados por mentalidad moderna padecen un odio al
secreto y a lo mistérico. Bien es verdad que la «vulgarización» de las
doctrinas esotéricas no implica peligro alguno dado que las verdades
de un cierto orden se resisten por su naturaleza misma a toda
«vulgarización» por muy claramente que se las exponga; no las
comprenden más que aquellos que están cualificados para comprenderlas.
El verdadero secreto no puede ser traicionado nunca de ninguna manera
porque reside únicamente en lo inexpresable, que es por eso mismo
incomunicable. Estas son cuestiones cuyo sentido y alcance escapan
enteramente a la mentalidad moderna, y al respecto de las cuales la
incomprehensión engendra naturalmente hostilidad. El vulgo siente
siempre un miedo instintivo de todo lo que no comprende, y el miedo
engendra muy fácilmente el odio.
Como
tales misterios parecen «privilegios» establecidos en provecho de
algunos,
la
mentalidad moderna
no
acepta ninguna forma de superioridad aun cuando se fundamenten en la
naturaleza misma de los seres. En pro de cierta forma de
«igualitarismo», se jacta de suprimir todo «misterio» y ponerlo al
alcance de todo el mundo.
El
odio del secreto, en el fondo, no es otra cosa que una de las formas
del odio por todo lo que rebasa el nivel «medio», y también por todo
lo que se aparta de la uniformidad que se quiere imponer a todos.
Extractado de: René Guenón, Apercepciones sobre
la Iniciación,
capítulo XIII.
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